Tango, cuerpo y alma
- On 29 mayo, 2015
Cuentan del tango que antes de ser baile fue lugar, hogar, refugio para las penas de esclavos negros que iban a olvidar las desgracias de su sino a ritmo de candombe. De lo tribal a lo colonial, de lo colonial a lo hispánico, y de lo hispánico lo castizo, el nuevo baile novecentista se mezcla con la habanera cubana, el tango andaluz, el chotis y el cuplé. Ha nacido el tango, del criollo del arrabal al burgués de la capital, y de ahí al café parisién, hasta ser bailado en todo el mundo.
El paisaje que rodea a esta nueva criatura de ancestros mestizos no es ni la rica, verde y extensa Pampa ni los acomodados barrios bonaerenses, sino en el sucio y gris arrabal, en el peligroso y pobre puerto. De eso y solo por eso, su aire de pibe triste y melancólico. Un baile de sensaciones y sentimientos es forzosamente un reclamo perfecto para poetas cultos e inspirados. Así aparecen los tangos literarios, los que incluyen versos de Rubén Darío, al que dedican páginas poetas, dramaturgos y novelistas: Borges, Sábato, García Márquez y tantos y tantos otros. Décadas de gloria hasta que a mediados de siglo languidece, parece pasado. “Tango que fuiste feliz como yo también lo he sido, según me cuenta el recuerdo que está hecho un poco de olvido”, escribe Borges.
El San Pol, así llamado en jerga paulina, no iba a ser una excepción al encuentro tanguero. Todos los miércoles, despejada la taberna de muebles, casi una decena de colegiales compartimos una hora de clase con las universitarias del Pino. En las primeras noches de octubre, la compleja belleza de sus pasos se convertía en pisadas inciertas y desconcertantes sobre cada compañera de baile. Con humor, cada uno sobrellevaba los apuros que producían sus desacompasados movimientos, su arritmia musical, el quejido involuntario de su pareja después de cada traspié. Con el paso de los meses, con paciencia y mucha voluntad, lo cómico dio paso a lo serio, y nuestro tango empezó a parecerse a ese “baile de cara triste y gesto guapo” que se lleva muy adentro y se arrastra en toda milonga que se precie.
De la mano de dos profesores y artistas: Fernando y Valeria, y con la alegre ayuda de Amelia, nuestras clases fueron dando sus frutos. Así, ya finalizando el curso, nos lanzamos una noche de mayo a la milonga del Café Comercial de Madrid. Es este un café de dulce sabor vetusto, bien conservado para el recuerdo. Café de tertulias literarias al que en otros tiempos acudía el escritor Jardiel Poncela, viajero por tierras argentinas que le dejan gratos recuerdos, no así el tango, para el que su humor parece tornar amargo. Y razones no le faltaban; la mujer amada, que adora este baile, le abandona. Preciosas estrofas de vida para un tango si ese recuerdo amargo no le hubiese marcado de semejante manera.
Entre viejas paredes, recias mesas y desgastadas sillas, un grupo de paulinos y colegialas del Pino nos adentramos en el espectáculo de la milonga madrileña. Jóvenes y viejos tangueros cierran el círculo milonguero donde, animados por las primeras copas, los novicios bailarines esquivaban a las parejas más avezadas, que con certeros movimientos y gestos trágicos parecían sentir las letras claras del musical poema bonaerense, de Mar del Plata o del París más decadente. Nuestro Moreno Torres no conoce asiento, empalma uno con otro baile. Los demás, movidos por la caballerosidad vencen la inicial timidez del novato convencidos por el reclamo permanente de las damas de una y otra mesa. Mientras, los pies de Valeria se convierten en pinceles sobre la tarima flotante. Al ritmo de la música, su cuerpo parece un rizo rubio movido por el viento. Fernando, acompasado, ordena dulcemente cada paso, confunde, conjunta su cuerpo de tal modo, que de los dos surge un solo movimiento, como si hubiera amor, pero sin haberlo. Ni roce ni fricción, fusión en uno. Este arte en movimiento conlleva quebrado, doble ocho, ocho cortado, corrida, garabito, luego boleada, un molinete, asentada, un lento y plácido sangüichito, al fin un gancho, otro, piernas que se entrecruzan con picardía por coquetería femenina sobre la virilidad. De sus rostros…lo que sienten: melodía de bandoneón, pensamiento triste que se baila, como dijo Discépolo, todo un compositor.
No hace mucho, en una plaza de Roma, cientos de parejas le dedicaron un tango a Bergoglio el día de su cumpleaños. Era un regalo especial para un Papa distinto, que dice llevar este baile muy adentro y confiesa que Gardel está entre sus preferidos. Del arrabal, de las periferias, de los suburbios lejanos en tiempos y años, al corazón del orbe cristiano. Quizás quienes solo ven lo profano del tango, solo lo mundano, tengan muy frío el corazón.
José Manuel Varela Olea
Director Adjunto CMU San Pablo
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